miércoles, 5 de octubre de 2011

EL PRIMER BESO

El venado de cola blanca rumiaba plácidamente. Edahi atento a la presa se movía tan sigilosamente como un perro perdiguero. Sacó una flecha del carcaj, apuntó a su presa y se dispuso a tirar. De repente el animal giró lentamente la cabeza y pareció mirar a los ojos del joven cazador. Un brillo especial de color anaranjado fluyó de las pupilas del astado.

Era tanta la belleza que emanaba de tal escena que, Dresán contemplaba desde lejos...

Su corazón se agitó y sin poder evitarlo soltó un silbido que espantó al animal. El joven indio se volvió y vió a su amigo tras un arbol. Corrió hacia él gritando y gesticulando como si fuera una bestia salvaje. El joven blanco no podía entender que su amigo se hubiera enfadado tanto por asustarle la presa. Un gran rugido aturdió sus oidos. Se volvió y frente a su cara encontró la faz de un gran oso de más de dos metros de altura, de pelaje oscuro y espeso. Contuvo la respiración mientras oía como se acercaba Edahi corriendo hacia él. El gran animal se levantó sobre sus patas traseras y, cuando parecía que iba asestar un mortal zarpazo sobre el extraño, se interpuso entre ambos el muchacho de penacho de plumas. En un lenguaje incomprensible para Dresán ordenó al oso que diera la vuelta y se marchara. El peludo animal cambió su feroz imagen por algo más dócil. Con la cabeza baja, sin dejar de mirar al ordenante fue retrocediendo hasta desaparecer tras unos matorrales.

En ese momento el joven de melena oscura volviéndose hacia su amigo se avalanzó sobre el tirándolo de espaldas y cayendo sobre él. Ambos rodaron por una pendiente golpeándose. Cuando dejaron de dar vueltas Dresán estaba sentado sobre la pelvis de su amigo indio. Sus ropas estaban rotas, hechas jirones. Sus mejillas arañadas por las zarzas. Los golpes dados por Edahi habían hecho sangar la boca de Dresán. Durante un rato los dos se quedaron inmóviles sin saber que hacer.

La rabia y el enojo habían dado paso a una excitación que ninguno de los dos quería evitar. Se miraron a los ojos y, sin poder remediarlo juntaron sus bocas fundiéndose en un prolongado beso sin importarles compartir sangre y saliba. El bello indio absorbió la sangre que brotaba entre los labios de Dresán como si se tratara del mejor elisir contra el dolor que los golpes contra las rocas su cuerpo había sufrido. Se fundieron uno en otro y dieron suelta a toda la represión contenida desde el día que se conocieron. Como si de un limón se tratara extrujaron cada parte de su ser extrayendo el jugo del amor. Exaustos sobre la hierba, abrazados y desnudos cayeron en un profundo sueño...

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