jueves, 7 de febrero de 2013

MEMORIAS DE UN CRIMINAL





DAVID VILCHES
MEMORIAS DE UN CRIMINAL
Escritas Por Dresán



Introducción.


Cuando mi madre rompió aguas estaba en la cocina preparando un caldo, era 20 de Enero y hacía mucho frío. Sintió un dolor muy grande y notó como el líquido se derramaba por sus piernas. Era caliente y viscoso. En su interior notó como algo se rompía al mismo tiempo. Las piernas se le aflojaron y cayó de rodillas. El dolor era cada vez más intenso. Después de un rato notó como algo salía  de su interior. Eran mis nalgas rosadas. Ya veis vine al mundo de culo. En algunas culturas nacer de culo es símbolo de buena suerte, pero en aquel momento mi madre sólo sentía dolor, como para decirle que ese alumbramiento sería anuncio de tiempos mejores.
Se las apañó como pudo,  sola. Estaba acostumbrada al dolor y a luchar por lo que quería. Era una mujer fuerte y valiente. Con ideales. Y lo que quería en ese momento era que yo naciera sano, salvo y fuerte. Olvidándose del dolor tiró de mis nalgas hasta conseguir sacarme del todo. En ese momento se desmayó.
Por suerte para mí y para ella, apareció mi tía, que al oír los gritos de mi madre, entró a ver qué pasaba y se encontró con la estampa. Mi madre tendida cual larga era en el suelo de la cocina y conmigo entre las piernas llorando, pleno de sangre y flujos.
Mi tía era una mujer mayor, con cinco hijos, acostumbrada a parir sola. Al ver lo que ocurría tomó un cuchillo de la encimera, que aún olía a ajo, y sin demorarse cortó de un tajo el cordón umbilical. De ahí creo que me viene el gusto por el ajo. Ese olor fue el primero que descubrí y que me dio la vida.
Como era sábado no pudieron ir a inscribirme al registro civil así que mi madre, ya un poco repuesta del parto, lo hizo el lunes 22 de Enero.
Cuando vio la fecha que la funcionaria del registro puso, exclamó :
-Aquí pone que mi hijo nació el 22. No es así nació el sábado 20.
A lo cual la funcionaria, una mujer de rostro arrugado y con unas tremendas ojeras, con muy mala leche  respondió:
-. Señora o señorita usted no sabe ni cuando, ni quien la folló, como para saber cuando nació su hijo.
Algo muy común, dado que en aquella época, una mujer madre soltera era considerada una buscona, una puta, una cualquiera.

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Cuando mi padre se enteró de que iba a tener un hijo,  o se asustó o temió perder la libertad que tenía. Era un golfo, un Don Juan, un putero, un encantador de serpientes. Salió huyendo como un cobarde después de proponer a mi madre que abortara.
_ O el hijo o yo. Le retó.
Suerte que mi madre optó por la primera opción, porque si no hubiera sido así, no podría estar contando esto. Y la verdad que ya veréis a medida que leáis, que mereció la pena. 
Mi madre un día, aún embarazada de mí, le vio por la calle con otra mujer, y como era una señora de armas tomar, ni corta ni perezosa se fue a por ellos. La otra mujer asustada salió corriendo. Mi madre enfurecida le dio una buena paliza a mi padre desgarrándole la ropa y dejándolo medio desnudo en plena calle.
La policía les detuvo y le llevó a comisaría, pero mi padre dijo que mi madre estaba loca y que no iba a poner ninguna denuncia.

Mi madre encontró un trabajo, mal remunerado, pero un trabajo. Como no tenía quien cuidara de mí, me dejaba con una señora a la cual pagaba por ello. Pero un día se enteró de que esa señora me dejaba metido en una caja de cartón todo cagado y meado, rodeado de gatos y sin comer.
Como el trabajo flojeaba en Andalucía, la gente se iba a otras regiones, el que no podía pagarse un pasaje al extranjero,  en busca de trabajo. Así lo hicieron mis tíos y con ellos mi madre.
El lugar, escogido o no, fue Barcelona. Se hablaba de que en las fábricas textiles, hacía falta mano de obra y además bien pagada, cosa que no era del todo cierta, pues si analizamos, como trabajan clandestinamente ahora los chinos en España, mal pagados y hacinados, tenemos que decir que en la España de la postguerra, los ricos dueños de la industria textil en Cataluña hacían lo mismo.
Mis tíos encontraron trabajo en una fábrica, pero mi madre al ir con un hijo no encontró más que limpiar las preciosas escaleras de los edificios maravillosos de la Barcelona del  casc antic.

Mi madre era tan entregada, que cuando cobraba, empleaba el dinero conseguido en comprar comida para los cuatro.
Los primeros años en Barcelona viví con mis tíos en un piso muy pequeño y mi madre en una habitación alquilada donde no querían niños.
Los domingos, que era el único día que descansaba, venía a dormir a casa de mis tíos y como no había espacio, dormíamos en el suelo, sobre unas mantas, para amortiguar la dureza del suelo de terrazo.

Una mañana temprano, mi tía bajó a comprar pan muy pronto y mi tío aprovechó el momento para intentar acostarse con mi madre. Mi madre se defendió con uñas y dientes y dando gritos ya armando escándalo. Cuando mi tía regresó con el pan bajo el brazo se encontró a mi madre llorando desconsolada y disgustada. Mi tía al enterarse de lo ocurrido, en lugar de encararse con su marido, culpó a mi madre de provocarle y nos echó a la calle.
A mi madre no le quedó más remedio que buscar alojamiento donde fuera. En la mayoría de las viviendas donde alquilaban habitaciones seguían sin querer niños, con lo cual mi madre tuvo que buscar un piso pequeño y barato donde poder vivir conmigo.

Un fin de año, estábamos durmiendo y llamaron a la puerta de abajo, mi madre abrió y se encontró con mis tíos, que le dijeron a mi madre que ellos me habían criado y cuidado y que me consideraban hijo suyo. Pretendían llevarme a vivir a su casa. Me asomé a la puerta para ver qué pasaba al oír que mi madre discutía con alguien, entonces mi tío al verme me agarró de una mano e inmediatamente mi madre de la otra. Ambos tiraban de mí con tanta fuerza que creí que me arrancarían los brazos. Por un momento mi madre me soltó y mi tío, por la inercia cayó al suelo. Ella aprovechó para coger un cuchillo de la cocina y con él los amenazó gritando:
-Dejad a mi hijo en paz u os acordaréis de mí. Si no os vais y nos dejáis en paz soy capaz de mataros.
Era tanta la fuerza y la rabia con lo que lo dijo que mis tíos se dieron media vuelta y se largaron.
Al poco tiempo caí enfermo y me llevaron al hospital de San Pablo. Me hicieron unas radiografías y dijeron que habían visto unas manchas y que podría tratarse de tuberculosis. En aquellos tiempos había mucha gente con esta enfermedad. Así que  me dejaron casi seis meses en el hospital hasta que se dieron cuenta de que no tenía nada, tan poco preparados estaban los médicos aquellos, que no sabían distinguir una tuberculosis de una gripe.

Cuando me dieron el alta en el hospital, mi madre no supo que hacer conmigo pues no podía tenerme en casa por el trabajo, así que me metió en un internado del estado.
Todo estaba muy bien porque era un lugar gratuito para niños huérfanos, abandonados o sin familia. El problema estaba en  que el 85 % eran niños deficientes, con alguna anomalía física o mental y además con edades muy variadas, desde los 2 hasta los 14 años. Ahí empezó mi gran drama.

Sólo podíamos recibir visitas una vez al mes y en domingo. Yo tendría entonces unos cuatro o cinco años. Los niños que se consideraban normales, para reírse de los otros, les gastaban bromas muy pesadas, algunos de los niños deficientes se ponían tan nerviosos que se mordían en los brazos hasta arrancarse trozos de carne. Yo intentaba ayudarles, pero entonces los llamados así mismos normales, la tomaban conmigo y me pegaban. Entonces cuando aparecía la maestra me echaban la culpa, como siempre, de haber iniciado la pelea. El castigo por ello eran unas inyecciones en el culo que me dejaban sin poder moverme de la cama durante dos o tres días, al menos.

 Durante el día eran mujeres las que cuidaban de nosotros, pero por la noche había un cuidador varón. A mí me parecía un tipo muy mayor, pero ahora en la distancia creo que no debería tener más de 25 ó 30 años. Un día en medio de la noche me levantó de la cama y, con engaños, me llevó a los lavabos, y allí me bajó los pantalones del pijama y me violó. De cómo lo hizo y el dolor que me causó no quiero hablar…yo lloraba, pero él me tapaba la boca hasta casi asfixiarme. Cuando acabó su faena cayó rendido sobre sus rodillas y yo aproveché para escaparme corriendo a la cama. Ahí ahogaba mi dolor y enjugaba mis lágrimas con las rotas y sucias sábanas.

1 comentario:

juandresan dijo...

Oigan dejen comentarios, que eso anima a seguir...gracias.

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