Los
cuatro ángeles a los que llamaremos a partir de ahora: SIMAÍ, DIVADÍ, GELANI Y
JEGORÍ, viajaban hacia la Tierra y se fueron alejando del REINO DEL UNIVERSO. En
la misma proporción en la que se alejaban y se acercaban a la Tierra, perdían
la memoria y se iban olvidando de la misión que les había sido encomendada.
El
UNIVERSO era un lugar maravilloso donde los ángeles jugaban a esconderse tras
los astros. Saltaban de uno a otro y volvían hacia atrás con la misma
velocidad. Esto les entretuvo más de lo previsto y cuando llegaron a su destino
se habían olvidado de quienes eran y el motivo por el que estaban ahí.
Se
quedaron asombrados de la belleza que se observaba desde el espacio, un lugar que
nunca habían visto.
Como
no sabían que hacían allí y no recordaban la misión que les había llevado hasta
tan lejos se lanzaron en picado hacia ese lugar que tanto les llamaba la
atención.
Desde
la Tierra vieron en el cielo una lluvia de meteoritos que parecían acercarse a
una gran velocidad.
Cada
uno de ellos cayó en un lugar diferente, en cada uno de los llamados cuatro
continentes: América, Eurafrasia, Oceanía y Antártida.
Simaí
cayó en un lugar muy parecido a un paraíso, repleto de árboles, flores, fuentes
que al correr por los arroyos que formaban, emitían un sonido envolvente y
cautivador que daba una profunda paz interior, envolviendo los sentidos. El
ángel se dejó llevar y reposó sus pies en la tierra ya ahí se quedó mudo y
pensativo.
De
repente una multitud se arremolinó a su alrededor, se había reposado sobre una
ligera colina y podía observar la cara de felicidad de esos seres desconocidos.
Los
seres que poblaban ese lugar caminaban sobre dos patas, y estiraban el cuello
hacia él como intentando verlo más de cerca. De pronto se dio cuenta que el
silencio era tal que podía oir el aire como entraba y salía de los pulmones de
tan diminutos seres.
Visto
desde la distancia Simaí se distinguía con tal belleza que no era de extrañar
tanta veneración….
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