Jegorí, el ángel, al que el ser supremo había concedido la gracia de la danza, se entretuvo en el camino admirando las galaxias, las estrellas, los planetas, los cometas y tantos y tantos elementos maravillosos que formaban el universo. Perdió la noción del tiempo escuchando los sonidos del cielo, poblado de todo tipo de seres maravillosos. Al principio su cuerpo vibraba y sus pies, o mejor dicho lo que los simples mortales llaman pies, intentaban interpretar esos sonidos. Jegorí era torpe al comienzo de su viaje por el universo e intentaba moverse al compás de la música celestial. Tropezaba una y otra vez con todo lo que se interponía en su camino y sus pies se entrelazaban entre sí haciéndolo caer una y otra vez. Parecía que no había manera de que el ángel diera armonía sus movimientos. Saltaba de planeta en planeta queriendo ser armonioso en sus saltos, pero no conseguía la plenitud en su baile.
Jegorí sin darse cuenta, de salto en salto y de paso en paso llegó hasta las inmediaciones de su destino. Fue a parar en una de sus danzas, que por fin parecían acrobáticas, al satélite de La Tierra, La Luna, hija de la planeta y de uno de tantos dioses promiscuos que habitan el mal llamado Olimpo. Pero esa es otra historia...
De repente sus oídos oyeron un canto, una voz conocida, era DIVADÍ que no paraba de cantar, tal era la fuerza con la que llegó a sus oídos que desde ellos a los pies llegó como un ciclón que le hizo moverse y saltar como nunca lo había hecho en todo el recorrido desde que salieron de su país. Saltaba y daba pasos desconocidos para él. Tan fuertes eran los saltos, tanta energía ponía en ellos que iba dejando sus huellas en la superficie lunar, creando lo que hoy llamamos cráteres lunares. En esto estaba tan concentrado que quiso hacer un ENTRECHAT, que es un entrelazado, paso que consiste en dar saltos cruzando las piernas por delante y por detrás a gran velocidad. Tanto empeño puso en ello que logró crear el mas armonioso ballet que se haya podido ver nunca. Saltaba, giraba sobre sí en fouetté y jetté consiguiendo allegro en sus movimientos. Era de una belleza inimaginable verle danzar al son de la melodía que le llegaba de La Tierra. De repente un asterisco le golpeó y queriendo dar un cabriolé salió disparado hacia la Tierra sin poder elegir donde caer. No hacía falta aún en órbita daba saltos y pasos desconocidos para él hasta llegar a caer, precisamente donde se encontraba SIMAÍ. No tuvo tiempo de reaccionar y cayó sobre la corteza terrestre levantando una masa de tierra que se fue deslizando sobre una pendiente dando lugar a lo que en Madrid se conoce como CUESTA DE MOYANO. Jegorí cayó de espaldas cegado por el sol que alumbraba el mediodía madrileño. Así se le recuerda en un monumento al que dicen es al diablo. No os dejéis engañar, es un monumento al mejor de los bailarines. Está justo al lado del lago formado por las lágrimas de los amantes que llenaron el lago. Allí justo en el centro, en una pequeña isla estaba SIMAÍ.