jueves, 13 de febrero de 2020

Rubén (Batalmón)


Eso de que los vampiros no nos reflejamos en los espejos es una tremenda tontería inventada por los guionistas de Hollywood. Me he reído mucho viendo las películas basadas en la obra de Bram Stoker. Este escritor se atrevió a contar algo de lo que no tenía conocimiento, ni conoció en ningún momento al maestro. Si no me reflejara en los espejos todo el mundo se daría cuenta cuando paseo mirando los escaparates de las tiendas. O cuando un bellísimo dependiente se me acerca y me acompaña al probador con alguna prenda. Me produce mucho placer pasear al atardecer por las calles comerciales, llenas de tiendas y de gente que va y que viene. Me atraen mucho los cascos antiguos de las ciudades. Tienen un olor especial. Cada ciudad tiene su olor. La plaza Mayor de Madrid huele a calamares, a cerveza fresca, a tortilla española, a juventud, a incienso. Cada rincón, cada portal huele a historia, a pasión, a desamor y a sexo. 

Saliendo por la parte Oeste llego al mercado de San Miguel. Es un edificio de principios del siglo XX, hecho de hierro y cristal. Recién reconvertido en lugar de tapeo huele a queso de tetilla, a vino tinto y a un sinfín de fragancias desprendidas de cuerpos jóvenes y hermosos. En primavera, al atardecer suelo sentarme en la terraza de enfrente y juego a descubrir los secretos que esconden los transehuntes. Huelo su piel que me habla de amores escondidos, amores prohibidos que dan rienda suelta a su pasión en cualquier baño de cualquier lugar donde sea propicio el encuentro fugaz. Huelo sus entrepiernas. El semen y el sudor se funden fabricando un perfume embriagador. En esos momentos, a veces no puedo evitar seguir a algún hermoso joven, aún no saciado del todo. Me dejo llevar por su olor cada vez más penetrante, me acerco a él con sigilo y me lleno de su aroma. Así conocí a Rubén.

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Rubén es ... como esas esculturas griegas. De piel de color del bronce. Su cabello negro, espeso y ondulado, cubre una bien formada cabeza que descansa sobre un cuello de músculos marcados. Ojos de ébano de mirada perdida. Labios carnosos. Esos labios que tantas veces estrujé contra los míos. Estoy pensando en él y noto como mis colmillos van creciendo. Tantas veces tuve la tentación de morderlos. Mientras le besaba inspiraba su olor, su mente, su alma. Fue mi esclavo durante un tiempo. Cuando lo encontré andaba perdido. Su mente desvariaba. Padecía. Su alma sufría demasiado para alguien tan joven. Me recordaba a mí cuando perdí a Edahi. Noté el olor del sufrimiento a kilómetros de distancia. No pude evitar acudir en su ayuda. No podía permitir que se perdiera tanta belleza. Lo encontré casi colgando del Viducto de Segovia. No podía dejar que formara parte de tantos suicidos ocurridos ahí. No quería que, los más de treinta metros hasta el suelo, convirtieran su cuerpo en trocitos de cristal. No quería ver su sangre derramada sobre el asfalto. Era una sangre demasiado valiosa. Agarrándolo por una muñeca tiré de él hacia mí con tanta fuerza que caimos hacia atrás golpeándonos contra la acera. El cayó sobre mí. Noté su calor, su fiebre. Lo apreté contra mi pecho. Sin que me diera cuenta de lo que estaba ocurriendo noté sus labios pegados a los míos y su lengua penetrando en mí...

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