EL SEGUNDO ANGEL QUE RUMOREABA.
El segundo ángel en su descenso a la Tierra se la pasó cantando. No sabía por qué, pero a medida que se iba acercando no paraba de cantar y cantar. Los astros, cometas y demás seres que poblaban el cielo terminaron hartos de oírle una y otra vez y comenzaron a lanzarle restos de sí mismos para hacerle callar, pero él muy al contrario seguía con más ahínco. Uno de los meteoritos que le lanzaron le desvió de su órbita. Debía caer en un lugar conocido como el archipiélago de Las Antillas. Una de cuyas islas se había salido del orden de adorar a Dios. Su misión en este lugar era el de devolver la fe en su creador. No lo podría hacer por el momento ya que el golpe dado por un trozo de cometa le lanzó sobre un montón de escombros en una ciudad llamada Córdoba. Eran los años 60 de España, nombre del país al que pertenecía dicha ciudad. El golpe no fue muy duro pues aterrizó sobre unos sacos de cemento que amortiguaron la caída. Los paletas, sobrenombre con el que se conocía a los trabajadores de la construcción, se asustaron al ver la polvareda que levantó el ángel al caer sobre los sacos. El ángel sin inmutarse, se levantó, sacudió el polvo de sus ropas y su cara y entonó un canto que los trabajadores nunca habían oído. Estos cual llamada de sirena dejaron su labor y comenzaron a aplaudir y vitorear a Divadí. Este comenzó a caminar por un sendero que finalizaba en un río que en el que decían que se había ahogado o mejor dicho suicidado un moro que había perdido a su amor y cuya pérdida le produjo tal dolor que no pudiendo superar le hizo arrojarse a las aguas con una piedra atada al cuello. El caso es que el segundo ángel condujo sin quererlo a la muchedumbre que le seguía hasta las aguas turbulentas. Su canto poseía tal embrujo que nadie podía sustraerse a él.
Divadí llegó hasta la orilla y se paró en seco y también se paró su canto. La muchedumbre enloqueció y le pedían que siguiera cantando, su vida ya no significaba nada para ellos sin su voz.
El ángel se recobró por un momento y se asustó, no sabía qué hacer, no sabía cómo parar a esa gente. La masa humana se abalanzó sobre él, que en un momento de instinto se apartó desplegando sus alas y elevándose hacia el cielo. Los humanos gritaban presos de una locura colectiva y se lanzaban hacia el ángel intentando agarrarlo, mientras gritaban:
-No te vayas no nos dejes, sigue cantando!!
El empuje de los de atrás era tan fuerte que, como las fichas de un dominó, los de adelante fueron cayendo a las aguas. Incluso ahogándose no dejaban de gritar al ángel que no cesara en su canto…
Este que no conocía su don, ese que el dios de los cielos le había dado, se asustó y se elevó sin saber a dónde dirigir su vuelo. Sus alas no respondían y se veía envuelto en un torbellino que le iba absorbiendo sin remedio llevándole fuera de ese lugar donde le llevaron los cometas que le tiraban piedras cuando le oían cantar.