EL MUCHACHO DE LOS OJOS GRISES XII
Se maquilló como pudo, pero sería una tarea difícil tapar con maquillaje los moratones de los golpes recibidos. Golpes en el cuerpo, golpes en el alma, golpes en su corazón y en su dignidad como mujer y como ser humano.
Su ojo derecho presentaba un aspecto horrible de un color negro violáceo. El derrame en el ojo izquierdo sería aún más difícil de disimular. Hizo lo que pudo, se colocó unas gafas de sol después de pintarse los labios de rojo, rojo sangre. A pesar de todo se seguía sintiendo guapa, la chica más guapa del baile.
Ese día era el cumpleaños de su amiga María y estaba dispuesta a todo con tal de no faltar a la cita. Intentó pasar de puntillas por el salón para no despertar a su padre.
—¡Maribel! ¿Dónde vas con esa pinta, con esa cara de zorra y esa minifalda.? ¡Pareces una puta!. Le gritó su padre cuando casi había ya atravesado el salón.
Estaba tumbado a lo largo del sofá de sky granate con estilo capitoné. Algún botón del sofá se había desprendido y colgaba como muerto, como el ojo de un zombi cayendo por la mejilla. Llevaba sólo puesta una camiseta de tirantes que un día fue blanca. El muy imbécil se creía un Stanley Kowalski, un Marlon Brando en “Un tranvía llamado deseo”. El muy cerdo estaba dejando su sudor grasiento sobre el respaldo del sofá y los cojines que tan primorosamente había hecho su ex mujer con los restos de una tela estampada que había usado para hacerse una falda por debajo de las rodillas. A su marido no le gustaba que enseñara las piernas. Esas bonitas piernas que él se empeñaba en que llevara tapadas., de lo que antaño fueron unas cortinas de terciopelo.
La jovencita muchacha se paró en seco agachó su linda cabecita, dejando que sus cabellos rubios y largos taparan el miedo que retrataba su linda cara de adolescente, de quinceañera.
El Kowalski de turno se fue directo hacia la muchacha y agarrándola por los pelos la encaró. Le puso la cara tan cerca que Mabel notó el fuerte y apestoso olor a tabaco y alcohol que desprendía la también apestosa boca de su odiado padre. Esa boca llena de dientes torcidos y amarillos.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Mabel. Sabía lo que vendría después.
—Eres igual que tu madre, una zorra, una puta, una desgraciada que se va con el primero que llega.
Tirándola del cabello la arrastró hasta la cocina, con una violencia tan extrema que le arrancó una mata de pelo. Le puso la cabeza bajo el grifo y le lavó la cara con el mismo estropajo y jabón de fregar la loza, arañándola e irritándole los ojos y la boca.
—Ya verás como se te quitan las ganas de salir por ahí disfrazada como una furcia.
El estado de crueldad de su padre y su enajenación mental, se fue tornando más dulce a medida que los restos de pintura desaparecían por el desagüe del fregadero, y una ligera y diabólica sonrisa le adornó la cara.
—Mírate que bonita estás ahora. Además si no hace falta que salgas, cariño. En casa tienes todo lo que necesitas. Yo te voy a dar lo que quieres salir a buscar y sin gastar ni una peseta en copas.
Le fue arrancando la ropa mientras lágrimas ensangrentadas caían por las mejillas de Maribel, confundiéndose con el agua que le resbalaba desde el cabello mojado. Mientras, su padre le arrancaba la ropa con unas tijeras de limpiar pescado. El olor a sardinas se le quedaría grabado en su memoria para toda la vida. Fue dejándola desnuda mientras cortaba en cien pedazos la ropa arrancada del cuerpo tembloroso de Maribel.
—Pero que ropa tan horrorosa llevas, con lo bien que te sienta el uniforme del colegio. Espera que lo voy a buscar y te lo pongo. No te muevas cariño que el suelo está mojado y puedes resbalar y hacerte daño.
Cuando el padre volvió con el uniforme del colegio en las manos un temblor convulso se apoderó de sus piernas y sus pies comenzaron a resbalar sobre el suelo mojado de agua y jabón de fregar.
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