—La respuesta a tus preguntas está en tu interior.—Retumbó en mi cabeza.
Era la voz de mi amigo, de mi querido amigo Obiajulu. Me decía que tuviera el valor de mirar en mi interior. Hacía mucho tiempo que no miraba hacia dentro. Mi corazón dañado no admitía más cristales rotos. Me costaba entregarme, me costaba querer. Un escudo infranqueable se fue creando alrededor mío. Me estaba cerrando en una prisión de acero. Eliseo tenía razón cuando me decía que debía confiar de nuevo. Que yo no tenía nada que ver con lo ocurrido. Que fue cosa del destino. Que si ocurrió fue porque estaba escrito.
Pero yo no creía que fuese verdad. El destino lo vamos creando poco a poco con nuestros actos. No hay nada escrito. El destino se puede cambiar. El destino no existe. El destino varía. La realidad vivida por mí no era la misma realidad vivida por ninguno de los otros cuatro. Me quisieron convencer que no fue por mí por lo que Zacarías había tomado aquella fatídica decisión.
De repente apareció Eliseo, que me protestó por estar aún levantado. Aunque no tenía ni pizca de sueño no me quedó más remedio que acompañarlo a la cama. Con la calidez de su cuerpo me dormí profundamente.
Cuando desperté oí risas que venían del porche. El lado donde dormía mi amor estaba vacío y frío por lo que supe que hacía tiempo que se había levantado. Abrí la ventana para mirar y sentí un escalofrio que me hizo retroceder. El aire gélido de la mañana me golpeó como una maza echándome para atrás. Cerré y me fui hacia el aseo.
Cuando entré en el baño me encontré la bañera llena de agua caliente y sales olorosas. Nunca pude entender como se las apañaba Eliseo para saber lo que me apetecía en cada momento. Me desnudé del todo y me simergí en las vaporosas aguas. El largo baño tomado me alivio la resaca y el desayuno a base de zumo de frutas, té rojo y pastas de cereales acabó por despejarme.
Teníamos por costumbre la mañana del Sábado dar un paseo por los alrededores. En esta ocasión no me olvidé de mi cámara réflex. No quería perder la ocasión de fotografiar a mis queridos amigos todos juntos. Hice cargar a los gemelos con el trípode para sacar fotos de los cinco juntos.
El paisaje era espectacular. La Cordillera Cantábrica al fondo. El día estaba despejado y se podía ver la silueta que este sistema montañoso forma, donde dicen que se refujiaron los Cántabros para protejerse de las Legiones Romanas. Al otro lado el mar Cantábrico suele golpear con fuerza queriendo romper esta barrera que impide el paso al interior de la península.
La mañana pasó pronto y nuestros estómagos empezaron a protestar pidiendo alimento. Nos acercamos a la posada de Bertu. Este nos recibió con la amabilidad a la que nos tenía acostumbrados y nos agasajó con un menú a base de anchoas y Sorropotun de Cantabria, un guiso de atún con patatas rojas, que puso a callar a nuestros estómagos. Terminamos con tomar arroz con leche que era la especialidad de la casa. A la hora del café ya nos habíamos acomodado y parecía que no había pasado el tiempo. Las conversaciones eran fluidas y el ambiente tan agradable que me olvidé por completo del motivo por el que nos habíamos reunido.
Bertu era un virtuoso del piano y nos amenizó tocando melodías tan bien interpretadas que, Fernando, bueno ahora Isabel nos deleitó con su voz. Fue un momento mágico. Me hizo regresar al momento en que nos conocimos.
La tarde cayendo estaba y con mucho pesar nos despedimos de Bertu. El regreso fue muy silencioso. Aunque no lo habíamos hablado todos sabíamos que llegaba el momento de sacar a la luz los fantasmas....
(Fragmento de "El fantasma de la casa de al lado de Juan Dresán)